Antonio García, Primer Comandante del ELN
Estados Unidos construye un elaborado sistema de control
sobre América Latina, utilizando instrumentos aparentemente
neutrales pero profundamente manipuladores. Mientras
hablan de estabilidad regional, buscan «neutralizar» cualquier
movimiento que desafíe el statu quo neoliberal.
La estrategia militar estadounidense requiere
constantemente construir narrativas amenazantes.
Necesitan mostrar a Colombia como un territorio
plagado de «terroristas marxistas», Venezuela una
supuesta fuente de desestabilización regional, y Cuba el
paradigma de la opresión. Estas narrativas no son análisis
geopolíticos, sino instrumentos de propaganda diseñados
para justificar la intervención. Hay quienes, oscilando en
el centro, siguen el juego.
El Comando Sur, bajo el liderazgo de Laura Richardson,
militarizó las relaciones exteriores con una alta precisión
anunciando «la defensa común de la soberanía hemisférica».
No se trata solo de presencia militar, sino de un entramado que
involucra agencias civiles, diplomáticas y organizaciones
sociales. Sabemos que la USAID y el Departamento de
Estado invierten ingentes cantidades de recursos en
proyectos comunitarios, pero cada dólar está calculado
estratégicamente para generar influencia, que revierta en
mayor dependencia.
Así, las llamadas «misiones militares» presentadas como ayuda
humanitaria o lucha contra el narcotráfico, en realidad son
dispositivos de infiltración geopolítica. Desmantelar redes
de narcotráfico es solo la cortina de humo para reorganizar
los sistemas de control local, alineándolos con los intereses
estadounidenses.
Recordamos la intervención de Laura Richardson en el
Atlantic Council en 2023, sobre el «triángulo del Litio» donde
expuso, sin pelos en la lengua, los verdaderos intereses en
toda la región: «necesitamos los recursos, especialmente
aquellos críticos para la transición energética global».
Han convertido la idea de «amenazas transnacionales»
en un instrumento de control geopolítico. Cualquier
movimiento que desafíe la hegemonía estadounidense es
inmediatamente estigmatizado. Mientras lanzan su retórica
contra la mal llamada «izquierda populista» en el continente,
trabajan silenciosamente en la construcción de estructuras
paramilitares «proxys» que garanticen sus intereses.
La sofisticación de este sistema a diversas escalas las
vemos, no solo en Colombia, sino extendido en el Cono Sur
y Centroamérica. No se trata ya de invasiones abiertas, sino
de una intervención molecular, capilar, que penetra los
tejidos sociales y políticos de cada país. Dieciocho agencias
de inteligencia trabajan coordinadamente para identificar,
mapear y «neutralizar» cualquier considerado enemigo.
Se trata de un sistema de dominación que opera bajo el disfraz
de la democracia representativa y la seguridad regional.
Evidentemente, Nuestra América no es considerada un
territorio, sino un campo de batalla geopolítico donde cada
proyecto social, cada movimiento político, cada iniciativa
comunitaria está siendo permanentemente observada,
evaluada y potencialmente «neutralizada».
Por lo tanto, el futuro libertario de nuestros pueblos radica
en la capacidad para tejer unidad continental. Doscientos
años después de Ayacucho, la lucha sigue siendo la misma:
construir una sociedad basada en principios de igualdad,
donde cada experiencia y conocimiento sea valorado.
El imperio estadounidense puede desplegar todas sus
agencias, puede manipular todas las organizaciones
internacionales, pero no podrá destruir la esperanza de un
proyecto continental genuinamente emancipador.
La resistencia, a la vez que es confrontación, también es un
acto de creación de unidad y de esperanza. Y en esa creación
colectiva reside nuestra verdadera posibilidad de liberación.