Comando Central (COCE)
Colombia ingresa por primera vez a la lista de países
con inseguridad alimentaria aguda, junto a Guatemala,
Haití y Honduras, según la Red Global contra las Crisis
Alimentarias (GNAFC). Originada por el modelo económico
impuesto al país por el imperialismo norteamericano y
la oligarquía colombiana.
En Colombia el hambre es política de Estado, planificada para
mantener el régimen político, los privilegios de las élites y las
ganancias de las transnacionales; las políticas están diseñadas
y aplicadas para favorecer a los poderosos en detrimento
de los intereses y derechos de las grandes mayorías. Esto se ha
profundizado aún más desde la implementación del neoliberalismo
a finales del siglo pasado, con el inicio de las privatizaciones, la
financiarización y una nueva división internacional del trabajo, en
donde quedamos con el papel de productores de materia prima y
con dependencia alimentaria.
El Informe de la GNAFC señala que en Colombia hay 13 millones
de personas con inseguridad alimentaria, es decir, más o menos
la misma cantidad de habitantes de Suecia y Uruguay juntas; esto
contrasta con los 9,7 millones de toneladas de alimentos que se
desperdician cada año
LA distribución de la tierra y su uso es un factor determinante en la
profundización del hambre, puesto que el 1 por ciento de propietarios
tienen el 81 por ciento de la tierra; a esto se le suma el proceso
acelerado de la extranjerización de la tierra, numerosas empresas
extranjeras son dueñas de más de un millón de hectáreas de las
mejores tierras, que destinan a monocultivos para la exportación.
El l actual modelo económico ataca de manera abierta a la economía
popular y campesina, y a la misma economía nacional debilitando así
la capacidad productiva; donde antes había agricultura diversificada
ahora existen monocultivos para la exportación, incluso, complejos
cenagosos y cuencas hidrográficas donde abundaba la pesca, la
cacería y los cultivos estacionarios, ahora son inmensas extensiones
de palma aceitera y otros monocultivos. De igual manera, la minería
extractivista ha contribuido a aumentar el hambre y la desigualdad
social y ambiental; en diferentes regiones del país las transnacionales
a través de paramilitares despojan de sus tierras a los campesinos y
campesinas; desvían y contaminan las aguas, el aire y el suelo.
En conclusión, el capitalismo en sus diferentes momentos y con
sus diferentes caras agrava la desigualdad social, la hambruna y
la miseria de la humanidad; su énfasis está en la rentabilidad y la
ganancia de unos pocos, sin importarle la suerte de millones de
seres humanos.
Colombia debe transitar hacia un modelo económico para la
vida, que contemple la democratización de la tierra y frenar su
extranjerización, una verdadera soberanía y seguridad alimentaria
que garantice alimentos saludables y culturalmente apropiados; se
necesita promover la agricultura campesina e indígena, el acceso
a nuevas tecnologías sin deterioro de la naturaleza y un sistema
productivo encaminado a la superación definitiva del hambre. El
asistencialismo y paternalismo agudiza la crisis alimentaria, pues no
ataca el mal de raíz, solo es un ‘pañito de agua tibia’.
Teniendo en cuenta que el hambre es un asunto mundial y
particularmente regional, se debería impulsar la integración social
y económica de América Latina y el Caribe, en donde se desarrollen
relaciones comerciales de solidaridad, intercambios de semillas y
ayuda mutua; para colocar los bienes comunes, las potencialidades,
los conocimientos y sabiduría de los diferentes pueblos al servicio
de la gente y la naturaleza.