
Karina Pacheco
En la jungla de cemento impera el hambre y campea la
desigualdad, manteniendo a unos pocos con todo sin hacer
nada, mientras la gran mayoría no tiene nada y hace de todo
para sobrevivir, en un Estado que es ciego, sordo y mudo ante
la pobreza.
En la jungla de cemento las oportunidades de empleo y
educación son reservadas para un reducido grupo que
goza de todos los beneficios y privilegios, mientras
el abultado grupo de Los Nadie, los excluidos por el
sistema, tienen pocas o nulas oportunidades de trabajo, y en
el campo escolar las cosas no son muy distintas, tristemente
para Los Nadie el dilema es estudiar o comer.
Johana nació y siempre ha vivido en Las Cruces, un barrio
incrustado en la montaña, esa que en las noches se ve
iluminada como un pesebre decembrino, esa misma desde
donde se divisa la jungla de cemento en todo su esplendor,
pero que arrogantemente la sociedad olvida y margina. Para
Johana nacer entre carencias y batallar contra el hambre día
a día, jamás la ha alejado de sus sueños y deseos. Ella tiene
que hacer de todo para intentar sacar sus sueños adelante,
siempre madruga para ayudar preparar el almuerzo que
debe llevar su mamá al trabajo y alistar a los hermanitos
para el colegio, luego sale con toda la actitud a estudiar, ya
que en ser una profesional tiene puestos sus sueños y su
esperanza de superación personal y familiar.
Ella no se puede dar el lujo de solo estudiar, por eso se
rebusca todos los días y una vez termina sus clases, sale
disparada a la zona empresarial y bancaria, donde irrumpe
el ajetreado y acartonado mundo de las oficinas, diciendo en
susurro, ’¡endulza la vida!, llevo postres y dulces, ¿cuántos
va a dejar hoy?’; así, vendiendo postres le endulza la vida a
sus clientes, mientras ella colecciona monedas para abonar
a sus sueños y aportar para su casa, así trascurren los días
de Johana, una heroína de carne y hueso que se forja un
futuro ‘a brazo partido’, mientras lucha contra el hambre.