
Anaís Serrano
El capitalismo enfrenta una aguda crisis sistémica, y las
oligarquías pretenden salir del declive en corto tiempo,
aprovechando el poder que acumularon desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945), tratan de reactivar los
totalitarismos que se creían sepultados.
En vísperas de los ochenta años de la celebración de la
victoria soviética sobre los nazis, el 9 de mayo de 1945,
la lucha contra el fascismo convoca nuevamente a los
pueblos oprimidos.
La historia parece condenada a repetirse,
en este caso como tragedia
Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1919), en medio del
reparto de esferas de influencia, se tejieron nuevas las relaciones
de fuerza entre las grandes potencias. Algunos países europeos
se estructuraron como socios de la gran potencia emergente,
mientras los grandes perdedores heredaron con más profundidad
las miserias y las deudas de la guerra.
Poco tiempo después, estalla una de las inevitables crisis del
sistema. Estados Unidos tenía una economía en superávit,
producto de la especulación en la bolsa. Ese crecimiento artificial
infló la burbuja bursátil que explota en 1929 en lo que se conoce
como el Jueves Negro en Wall Street (la bolsa de Nueva York),
reduciendo a la nada el valor de las acciones y produciendo la
quiebra de las empresas al no disponer de capitales. Esta y otras
razones estructurales, condujeron a una crisis económica global,
dadas las dimensiones internacionales del capital.
Rápidamente los gobiernos de Europa comienzan a sentir sus
embates. Casi todos los países optaron por una política deflacionista
o de restricción del dinero en circulación. Redujeron el gasto
público para lograr el equilibrio presupuestario; favorecieron
la exportación para buscar un equilibrio en la balanza de pagos
poniendo trabas a la importación; evitar la fuga de capitales,
congelar o reducir salarios, etc.
Para salir de la crisis se requería, además de las políticas
proteccionistas, re configurar la producción agrícola e industrial,
mayoritariamente dependiente de Estados Unidos. Las élites
europeas encontraron entonces la forma más rápida de re
industrializar sus países: Los complejos militares industriales.
Alemania e Italia optaron por una política autárquica, tanto para
salir de la crisis como para sacudirse de la humillante derrota y
pauperización que les quedó del Tratado de Versalles.
La Italia fascista ya se venía preparando y fortaleciendo desde
la década de los 20 con el sueño imperial romano, mientras en
Alemania, para salir de la crisis, Hitler contó con una poderosa
industria armamentística con la que logró poner en actividad
productiva a más de 5 millones de personas que se encontraban
sin empleo. El relanzamiento de la industria bélica hizo que ésta
produjera el 35 por ciento de la renta del país. La carencia de
materias primas vitales para la subsistencia y para sostener esa
industria, les impulsó a la conquista de nuevos territorio.
En el plano económico, se llevaron a cabo políticas acordes con los
intereses de los capitalistas y con las mismas características de
funcionamiento. La Italia fascista y la Alemania nazi continuaron
con esas mismas lógicas. La historia y la ideología los fue unificando
en una Europa que justificaba la militarización para recuperar
su economía.
El fascismo se erigió como una solución burguesa a la crisis
y al reordenamiento de Europa. Una forma de eliminar el
movimiento obrero, de homogenizar y consolidar los Estados
nacionales europeos y de contrarrestar la influencia de
la Revolución Rusa de 1927 que había creado la Unión de
Repúblicas Socialista Soviéticas (URSS).
A 80 años del día de la victoria
En 1945, tras años de guerra y grandes sacrificios para enfrentar
la invasión nazi a la URSS, el Ejército Rojo, logró tomar Berlín,
sellando la derrota definitiva de las tropas nazis que firmaron su
rendición el 8 y 9 de mayo de 1945.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, surgió una reorganización
mundial guiada por acuerdos que gestaron una nueva arquitectura
económica, social y jurídica, que ha venido siendo socavada por
las mismas potencias occidentales, firmantes de esos acuerdos y
que fueron aliadas de URSS en el conflicto bélico.
La memoria del triunfo sobre el fascismo ha querido ser borrada
de los libros de texto, de la industria del entretenimiento y la
narrativa de los grandes consorcios mediáticos capitalistas.
El discurso de las oligarquías occidentales, intenta desvirtuar
la memoria, no quiere que los pueblos del mundo reconozcan
el papel de la URSS en el triunfo sobre el fascismo, ni tampoco
los avances técnicos, tecnológicos y científicos que los países
con ideología socialista han aportado al mundo.
Las nuevas crisis
Como en 1929, en 2008 el mundo presenció una ruptura bursátil
de la misma dimensión y, de igual forma, el sistema requiere
nuevamente de acciones para recomponerse.
En la última década, los gobiernos del norte global y sus satélites,
han venido asistiendo a un ascenso de expresiones neofascistas
que insisten en llamar democracia. Al tiempo que potencian
al sionismo como una nueva expresión genocida del fascismo
escondida tras la culpa europea, permiten que se rinda homenaje
a figuras como Stepán Bandera, colaborador del nazismo y símbolo
del nacionalismo fascista ucraniano.
Conoce occidente a ciencia cierta la historia, pero requiere de
una acción política que le permita contarla de nuevo para que los
pueblos no entiendan que ésta se repite.
George Dimitrov lo expreso con profunda claridad en El fascismo
y la clase obrera (1935):
Bajo las condiciones de la profunda crisis económica
desencadenada, de la violenta agudización de la crisis general
del capitalismo, de la revolucionización (sic) de las masas
trabajadoras, el fascismo ha pasado a una amplia ofensiva.
La burguesía dominante busca cada vez más su salvación
en el fascismo para llevar a cabo medidas excepcionales de
expoliación contra los trabajadores, para preparar una guerra
imperialista de rapiña, el asalto contra la Unión Soviética, para
preparar la esclavización y el reparto de China e impedir, por
medio de todo esto, la Revolución”.
El mundo multipolar y la militancia antifascista
Hacerle frente a esta nueva arremetida, implica comprender la
historia. Las políticas de la socialdemocracia y el progresismo han
resultado inútiles a la hora de enfrentarse a nuevos fascismos,
llegando incluso a apoyar estas apuestas direccionadas desde las
oligarquías, ya que no discrepan del sistema capitalista y sus
fracasos acaban por legitimar el ascenso de gobiernos que ofrecen
las soluciones afines al nazi-sionismo.
El mundo enfrenta un riesgo de guerra total que busca la
supervivencia del imperialismo. Sólo una acción conjunta será
capaz de frenar las ansias belicistas. Las potencias emergentes
Rusia, China e Irán, son grandes fuerzas de contención, mientras
Palestina, Burkina Faso, Cuba o Wallmapu, son algunos de los
cientos escenarios de la lucha popular antifascista actual.
Nuestra América debe comprender que esta vez no saldrá
airosa por la distancia. De nuevo vienen por nuestros bienes
naturales; algunos países soberanos darán la batalla, los gobiernos
entreguistas y tibios permitirán su entrada.
Una vez más, le corresponde a las clases populares asumir
el papel que jugaron los cuerpos partisanos en Europa, para
contener el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania, emular
los combates que dieron quienes lucharon por la República en
la España franquista y recordar a los 27 millones de personas
que murieron en la Gran Guerra Patria soviética hasta alcanzar
la victoria.