
Anáis Serrano
El discurso pronunciado por Donald Trump ante la Asamblea
General de la ONU, es un documento político de gran relevancia,
no solo por su contenido, sino por la visión del mundo que
proyecta.
Funciona como un manifiesto del «Trumpismo» aplicado
a la política exterior: un nacionalismo soberanista, un
desdén profundo por el Multilateralismo y una narrativa
personalista, que sitúa al mandatario estadounidense
como el único actor capaz de resolver los problemas globales.
Una revisión profunda revela varios significados, estrategias
retóricas y contradicciones fundamentales. Fue, por tanto,
una de las exposiciones más claras de su visión del mundo y
de su ideología en su forma más pura.
Sermón o discurso
Durante casi una hora, apuntó contra sus oponentes y sus ideas,
eliminándolos uno por uno, mientras recorría el mundo.
Comenzó en casa, elogiando a Estados Unidos y a sí mismo. Dijo
que el gigante norteamericano estaba viviendo una edad de oro
y repitió su controvertida afirmación de que él personalmente
“había puesto fin a siete guerras”, algo que, según él, lo hace
merecedor del premio Nobel de la Paz.
Seguidamente, arremetió contra la ONU, pues según dijo,
esta institución no había ayudado a su labor de pacificación.
Cuestionando el propósito de la organización, afirmó que, aunque
tenía un enorme potencial, realmente no estaba a la altura y que
lo único que hacía era escribir cartas enérgicas, a las que no daba
seguimiento. Las palabras vacías, dijo, no ponen fin a las guerras.
También atacó a la ONU por la ayuda que presta a las personas
solicitantes de asilo que esperaban entrar en Estados Unidos:
«Se supone que la ONU debe detener las invasiones, no crearlas
ni financiarlas». Incluso criticó al organismo por una escalera
mecánica y un teleprompter averiados que afectaron su visita y
su discurso.
Pero la realidad es que el propio Trump, y por ende la política
que representa, es causa y síntoma de la falta de eficacia de la
ONU, ya que cree que las crisis mundiales se resuelven mejor
cuando hombres y países poderosos como él y su país, definen
las soluciones, en lugar de recurrir a organismos multilaterales
para encontrar soluciones diplomáticas colectivas.
La ofensiva sobre Europa
Trump reservó grandes críticas para sus aliados europeos,
atacando al viejo continente por invertir en energías renovables
y abrir sus fronteras a la migración.
El cambio climático, planteó, es «la mayor estafa jamás perpetrada
en el mundo», que está cargando a los países europeos con costos
elevados de energía, en comparación con los combustibles fósiles.
Criticando en particular al gobierno del Reino Unido, por colocar
nuevos impuestos al petróleo del Mar del Norte.
El presidente estadounidense se atrevió incluso a reflexionar
sobre temas culturales, afirmando que la inmigración
descontrolada está amenazando el patrimonio europeo. No en
vano manda en un país construido sobre la base de la religión
protestante, basada en la creencia supremacista de haber sido
dotados por Dios, de un “Destino Manifiesto”, que los autoriza
para dirigir el mundo. «Protejamos la libertad religiosa», dijo
en su discurso, «incluida la religión más perseguida del planeta
en la actualidad: el cristianismo»
La migración y las energías sucias
Al invocar la migración como una «invasión» a Norteamérica
financiada por la ONU, Trump moviliza un nacionalismo
chovinista para dividir a la clase trabajadora. El migrante es
presentado por él, como un enemigo externo que «agota nuestra
red de seguridad social», desviando la atención de la verdadera
causa de la precariedad social: un sistema capitalista que busca
mano de obra barata y sin regulación, enfrentando a trabajadores
y trabajadoras estadounidenses contra migrantes, para aumentar
la competencia por los puestos de empleo y bajar los salarios. La
política migratoria de Trump es, en esencia, una herramienta
de control laboral y una cortina de humo, para proteger los
privilegios de las élites dominantes.
Su desprecio por la energía eólica y solar no es solo un
negacionismo del cambio climático. Es una defensa abierta
de los intereses de uno de los sectores más concentrados y
poderosos de la economía estadounidense, las energías fósiles.
La transición energética, aunque insuficiente bajo un marco
capitalista, representa una amenaza para las ganancias de
este sector. Al promover los combustibles fósiles como únicos
viables, Trump asegura la rentabilidad de estos capitales, a costa
de un futuro para la humanidad, priorizando la acumulación
privada sobre la necesidad social y planetaria.
La guerra en el este de Europa
En cuanto a una cuestión política concreta, la advertencia
más clara de Trump, se refirió a la guerra de la Otan contra la
Federación Rusa desde Ucrania.
Dijo que la negativa del presidente ruso Vladímir Putin a poner
fin al conflicto «no estaba dando una buena imagen de Rusia».
Afirmó que EEUU estaba dispuesto a «imponer una ronda muy
fuerte de aranceles poderosos» para poner fin al derramamiento
de sangre.
Agregó que las naciones europeas tenían que dejar de comprar
energía rusa, alegando que hacía dos semanas se había enterado
de que algunas lo estaban haciendo.
En la práctica, Hungría y Eslovaquia son los únicos compradores
europeos importantes de petróleo ruso de forma directa. Fuentes
diplomáticas afirman que Trump se esconde detrás de esto, para
no tener que imponer sanciones secundarias a India y China, que
están comprando enormes cantidades de energía rusa barata.
Quizás más importante que su discurso, fue la publicación que
hizo en sus redes sociales poco después, en la que afirmaba
por primera vez que, “Ucrania podría estar en condiciones
de recuperar todo su territorio”. Pese a su conocimiento de la
realidad sobre el terreno, su prepotencia para negociar privilegia
desinformar a la población de EEUU, porque esto suma votos en
las elecciones de noviembre.
Su descalificación a la Federación Rusa, describiéndola como
un ‘Tigre de Papel’ y no como la potencia militar real que es, a
lo que Moscú contestó afirmando que, “Rusia no es un tigre, es
un oso, y no de papel”.
Detrás de las palabras
Donald Trump se mostró en estado puro, acudió a la 80 Asamblea
General de la ONU para defender su idea sobre EEUU y el Estado-
nación, mientras atacaba al Multilateralismo y al Globalismo.
La narrativa de Trump no permite vislumbrar la construcción de
un mundo multipolar basado en la cooperación y el respeto, sino
que anuncia una era de caos imperialista, aún más agresiva.
Bajo su doctrina de un mundo basado en sus reglas, las nuevas
formas de saqueo y colonialismo, se aplican sin tapujos. El
apoyo a los ejércitos proxys y a los entes coloniales ya no los
encubre, por el contrario, hace alarde de sus acciones. Su defensa
del sionismo, el apoyo al genocidio que está cometiendo contra
el Pueblo palestino y su reproche a quienes han reconocido al
Estado Palestino en esta Asamblea, son un claro ejemplo.
Lo que este mandatario de peluquín anaranjado con ínfula de
emperador del siglo XVIII, vende como fortaleza nacional es, en
realidad, la profundización de las contradicciones que prometen
más guerra, más explotación y más padecimientos para la Madre
Tierra.
Frente a este proyecto de barbarie capitalista, la verdadera
alternativa no es un retorno a un multilateralismo hipócrita,
que ha sostenido el instrumento que ya no le sirve a la élite
capitalista para imponer sus designios, sino la solidaridad
internacional y las alternativas como la Gobernanza Global,
siempre que articulen con los pueblos y desarrollen políticas
conjuntas, que permitan confrontar al imperialismo de forma
efectiva, para fortalecer la resistencia popular y abrirle paso
a la construcción del socialismo.