Antonio García, Primer Comandante del ELN
Se dice que el mundo puede ir de mal a peor, en ese sentido
deberíamos preguntarnos: ¿Padecerán las mayorías que
hoy habitan el planeta Tierra mayores vulneraciones de sus
derechos fundamentales? ¿Vendrá más exclusión y más
explotación?
Si nos guiamos por la información que a diario circula
por los sistemas masivos de comunicación, así parece
ser. Y si nos guiamos por la memoria de los pueblos, de
sus luchas, nos queda la esperanza de que se levantará
una barricada humana que impedirá que así sea.
Para la preocupación que despierta la información diaria, una
pista: una jornada laboral de 13 horas diarias fue aprobada
recientemente por el parlamento griego. La decisión, aplicable
máximo 37 días al año y de “común acuerdo entre trabajador y
empleador”, fue tomada pasado más de un siglo, desde cuando los
trabajadores por medio de históricas huelgas y luchas directas,
uniendo esfuerzos y sin permitir que el temor les venciera,
superando arremetidas represivas que incluyeron incluso
la muerte “legal” para algunos de ellos, para otros cárcel, para
no pocos persecución, así como criminalización y difamación
ampliada por los grandes periódicos de entonces, propiedad como
hoy de los más ricos, lograron los históricos tres ochos, entre
ellos la jornada laboral de 8 horas. Por más de un siglo el trabajo
se extendía hasta 12, 14 o más horas al día. Ojo, no fue un derecho
entregado por generosos capitalistas ni una cláusula más de leyes
heredadas, costó mucha sangre y sacrificio de la clase obrera, y
aún sigue costando.
Es precisamente ese logro, el que hoy intentan arrebatar. Abuso
que sucede en medio de las constantes y potentes transformaciones
que están procurando las transformaciones productivas, que
experimenta el mundo de la mano de la informática, en especial
por efecto de los llamados “sistemas inteligentes”, y en ello de la
robótica, con lo cual puede reducirse a la mitad o menos la jornada
de trabajo diario y, aun así, seguirían llenándose de dinero los
bolsillos de los grandes magnates capitalistas.
Era inimaginable que este logro universal, luego de más de ciento
treinta años, los más ricos del mundo pudieran arrebatárselo
a los oprimidos, pese a ser un derecho consagrado en todas las
constituciones del mundo, arremeten y avanzan en su propósito
de explotar más y más, y de acumular más y más.

La “justicia” para ellos es un aviso colocado en lo alto de la puerta
del infierno, en este caso, el infierno capitalista, y en el cual dice:
“Bienvenidos, ¡Renuncia a toda utopía! ¡Aquí los derechos son
sueños traducidos en pesadilla!”
¡Inimaginable lo que está sucediendo ante los ojos de toda la
humanidad! Pero no es solo en Grecia, ni solo pretenden arrebatar
este derecho, otros varios están en la mira de quienes empujan con
sus gobiernos y liderazgo mundial, la regresión a los tiempos más
oscuros de la humanidad, cuando la esclavitud era norma diaria.
Lo vemos en Argentina, donde Milei, su presidente, motosierra en
mano, la misma herramienta que usaban aquí los paramilitares,
para arrebatar la tierra y desplazar a millones, promete la felicidad
a los argentinos cortándoles todos sus derechos. Pero en realidad,
la felicidad va siendo la de los grandes capitalistas y la tristeza
la de las mayorías, arrojados a la incertidumbre de ¡sálvese quien
pueda!
Más cerca de nosotros, en Ecuador, pretenden recorrer igual
camino, y en referendo citado para el mes de noviembre su
Presidente Noboa busca el apoyo social para sacar vía Congreso
reformas lesivas, en cuanto a la soberanía nacional y permitir de
nuevo Bases Militares extranjeras. Al tiempo que en modalidad de
Consulta Popular le pide al pueblo pronunciarse sobre sí autoriza
o no la citación a instalar una Asamblea Nacional Constituyente,
por medio de la cual quedarán borrados los derechos más avanzados
aprobados en la vigente Constitución de 2008, entre ellos los que
tienen que ver con el mundo del trabajo, la naturaleza, y otros
muchos.
Es una avanzada regresiva alimentada ideológicamente desde
Estados Unidos, cabeza de este proceso reaccionario, sociedad en
la cual el salario mínimo no existe, la seguridad social totalmente
interrogada, los migrantes tienen que trabajar en medio de
la mayor zozobra, ante el temor de ser deportados a su país de
origen si son capturados. Desde allí, ahora se llama a desmantelar
el Estado, pero no para que así disminuido quede en manos de la
sociedad, sino para que en medio del reforzado aparato militar,
queden abiertos todos los caminos, para que capitales globales
inviertan con la garantía de ganar cada día más y más.
Como puede deducirse, desmantelan, cortan, niegan, lo que
favorece al pueblo, y abren, aprueban, posibilitan, todo aquello
que favorece a la clase que tiene sumida en el mayor estado de
injusticia y desigualdad, a cientos de millones de seres humanos.
Y la gran paradoja, donde a pesar de la abundancia de alimentos
y mercancías que produce la incansable máquina capitalista,
siguen muriendo miles y miles de hambre.
Esta lógica de muerte no será modificada por los poderosos,
menos podrá confiarse en leyes temporales, que al cambiar la
correlación de fuerza vuelven a imponer la ley del más fuerte,
que no es otra cosa que el poder de los explotadores. La única
trinchera desde donde se logra resistir es la misma lucha,
y así, quien tenga la fuerza para luchar logrará sobrevivir,
pareciera ser el signo de este tiempo.
