Antonio García, Primer Comandante del ELN
La “Estrategia de Seguridad Nacional de 2025” hecha pública
por EEUU en noviembre de 2025, expone con nitidez la
ansiedad de una potencia en declive, que intenta reafirmar su
hegemonía mediante el unilateralismo, la coerción militar y la
presión política, reactivando viejos dogmas imperiales.
El documento, anclado en premisas que ya no
corresponden al sistema internacional actual,
revela una profunda negación del multilateralismo
y subestima la fuerza creciente de los procesos
soberanos en el Sur Global.
Lejos de ofrecer una lectura estratégica del mundo, la
Estrategia (2025–2029) es una visión reactiva, que opera
como un mecanismo defensivo frente a la erosión del
poder estadounidense. Parte de una hipótesis central,
la preeminencia global de Estados Unidos no solo debe
preservarse, sino restaurarse, corrigiendo lo que considera
fallas de administraciones anteriores que, supuestamente,
“ataron” la política exterior a instituciones internacionales,
debates “periféricos” y un “transnacionalismo” que diluiría
la soberanía estatal.
Nostalgia de una época dorada que se traduce en un enfoque
abiertamente unilateral, en la desconfianza hacia cualquier
compromiso multilateral y en una lógica de “priorización”
que implica abandonar regiones enteras del planeta,
salvo cuando un interés de «seguridad nacional» obligue a
intervenir.
El documento insiste en que la ventaja económica y
tecnológica de EEUU es «el camino más seguro» para evitar
un conflicto de gran escala. Pero esta defensa se formula
con un tono defensivo, que delata el temor a la pérdida de
competitividad frente a China y otros polos emergentes.
La retórica sobre “subsidios dirigidos por el Estado”,
“prácticas comerciales injustas” o el robo de propiedad
intelectual, funciona menos como diagnóstico que como
reconocimiento implícito de un desplazamiento estructural
del centro económico mundial.

La cooperación con aliados ya no se plantea como asociación
estratégica, sino como subordinación condicionada, se
exige alineamiento político y restricciones económicas
bajo amenaza de sanciones, convirtiendo la alianza en un
mecanismo de control y sometimiento, más no de cooperación.
El documento reconfigura la geografía estratégica
estadounidense, Oriente Medio deja de ser prioridad, no por
un giro ético, sino por la diversificación energética interna.
La región es redefinida como espacio para “trasladar cargas”
y asegurar que los flujos energéticos no caigan bajo control
de rivales. Se celebra la normalización entre Israel y Estados
árabes y se acepta sin reservas el orden monárquico del
Golfo, calificando como un error histórico cualquier intento
previo de exigir reformas democráticas, así, regiones
terminan convertidas en instrumentos.
Hemisferio Occidental, se reactiva, sin ambigüedades, el
“Corolario Trump” de la Doctrina Monroe, ahora denominada
“Doctrina Donroe”, en alusión al Donald de la Casa Blanca,
donde el objetivo es impedir que actores extra regionales,
en particular China, controlen activos críticos, rutas
estratégicas o sectores tecnológicos. La región queda reducida
a un espacio de contención migratoria, control antidrogas,
seguridad fronteriza y near-shoring; es decir, un apéndice
funcional de la economía estadounidense.
El rechazo explícito a instituciones multilaterales, la
imposición de contratos de fuente única para empresas
estadounidenses y la presión para alinear mercados y
suministros, solo aceleran la búsqueda de alternativas entre
los países periféricos.
El mayor defecto de esta Estrategia es su incapacidad para
comprender el cambio estructural del orden mundial, y por
tanto sigue amarrada al paradigma de la competencia entre
grandes potencias, ignora que el Sur Global ha adquirido una
ruta de futuro inédita, tanto en la gobernanza internacional
como en la articulación económica y política.
La multiplicación de alianzas tecnológicas, energéticas
y comerciales, fuera del dólar y fuera de Washington, es
consecuencia directa de este enfoque coercitivo.
a lucha por la liberación, antes circunscrita a la
descolonización política, hoy se manifiesta en nuevas formas
de soberanía, autonomía tecnológica, soberanía alimentaria,
gestión comunitaria del territorio, bloques económicos
alternativos, redes financieras no occidentales, alternativas
ecológicas y civilizatorias.

La insistencia estadounidense en restaurar una hegemonía
en crisis, en un mundo que ya ha mutado, no solo resulta
anacrónica, sino que evidencia un desespero geopolítico.
Doctrinas como la «Donroe» reciclada, o la centralidad del
control militar de cadenas productivas, revelan una potencia
que ya no puede sostener su influencia sin recurrir a la
presión, la militarización y el chantaje económico.
La Estrategia de 2025 aparece como un artefacto de otra época,
un intento de imponer orden en un sistema internacional
que se mueve hacia la pluralidad, la multipolaridad y las
resistencias desde abajo.
Su mayor efecto no será contener la emergencia de nuevas
potencias, sino impulsar aún más la articulación de los
pueblos del Sur Global, reafirmando la vigencia de la
autodeterminación, la soberanía y las luchas de liberación.
Lejos de proyectar hegemonía, esta Estrategia confirma
su tono desesperado ante el ocaso, al tiempo alerta de los
cuidados y prevenciones para evitar efectos de su coletazo.
Además de lo anterior nos encontramos que dicha «Doctrina»
también trae su tono, propio de los tiempos del Medioevo y
la ceguera impositiva de un Hitler que reemplaza, a todo
trance, el derecho por la fuerza.
