Himelda Ascanio
Expectativas y realidades que han chocado durante el actual
gobierno. Anhelos y voluntades que permanecen, pero que
requieren escenarios serios y reales para su posibilidad. El
pueblo dejando en claro nuevamente que es superior a sus
dirigentes, aunque estos crean lo contrario.
Cuando Petro asumió la presidencia de la república, hubo
el reconocimiento de ser la primera vez que, un candidato
no perteneciente a las élites oligárquicas y mafiosas,
ascendía a la jefatura del Estado. El reconocimiento
popular se manifestó no solo con la elección, sino también con
la entrega del Mandato Popular por los Cambios, a manera de
carta de navegación de los cambios esperados por las mayorías
del pueblo.
Con las primeras alianzas y expresiones de cercanía con
representantes del viejo régimen corrupto y mafias politiqueras,
se puso en duda la garantía de la posibilidad de los cambios,
naciendo una duda concreta: ¿cambios profundos o remozamiento
del viejo régimen?
Ya en la fase final de su gobierno, queda claro que Petro incumplió
muchas de sus promesas de campaña, el Mandato Popular y la
idea de cambios; él mismo lo reconoció en alguno de sus consejos
de ministros: las mafias del régimen le impidieron hasta las
tibias reformas desde el Congreso y desde las altas cortes, y el
presidente no se atrevió a confrontarlas desde la movilización y
el apoyo popular; intentó errónea y erráticamente una supuesta
gobernabilidad negociada y pactada bajo las mismas lógicas y
dinámicas del régimen y manteniendo sus representantes.
Petro terminó bajo las mismas directrices de presidentes
anteriores. Con escándalos de corrupción dentro de sus entes
y realizados por sus funcionarios cercanos. Reconociendo e
impulsando bandas narcoparamilitares bajo la misma doctrina
militar imperialista, la misma que impulsa el genocidio de líderes
y lideresas sociales todavía en curso.
Como se le advirtió desde el principio, la idea de una política
de paz metiendo en el mismo saco a insurgencia y bandas
narcoparamilitares no solo era errada, sino fundamentalmente
negacionista del conflicto social, político y armado. Con lo cual, no
se podría lograr la paz, pues negar un conflicto complejo e histórico,
no solo era negar el carácter político de la insurgencia, sino de
las causas que han generado las desigualdades que conducen y

sustentan a la violencia. Además, era volver al fracasado DDR
(desmovilización, desarme y reinserción). Los resultados de su
soberbia presidencial hoy son evidentes.
Para colmo de males, el gobierno prefirió utilizar narrativas falsas
y descalificadoras, contra todo quien osara contradecirlo; así,
terminó caricaturizando la propuesta insurgente, reduciéndola a
disputas de economías ilegales, utilizando el aparato comunicativo
y las ‘bodegas virtuales’ para ello. Incumplió los acuerdos
alcanzados en la Mesa de Diálogo, cometió perfidia y, de nuevo la
negó y acusó a la guerrilla del congelamiento del proceso de paz.
Con ello reduce las posibilidades de un diálogo y deja tirados los
avances que se han logrado. Pues aunque la voluntad de construir
la paz esté firme y haya plena convicción en ello. Es difícil
concretarla con un presidente soberbio y un gobierno con 2 y 3
cabezas. Asumir un escenario de negociación en esas condiciones
y con esas muestras desde la contraparte sería el equivalente
a un sometimiento, cosa que no solo es contradictoria con una
organización rebelde, sino que no conduce a ningún cambio,
mucho menos en la paz, como ya se ha probado con otros procesos.
Coherencia es ser consecuente con los principios que se profesan
y rigen. Por ello, aunque este haya sido el primer gobierno no
oligárquico en la historia, eso no se refrendó en la práctica. El
progresismo de Petro ha sido bastante ambivalente; no se puede
ser de izquierda en el discurso y de derecha en la práctica,
dependiendo de los temas y problemas que se enfrenten. Difícil
ser antiimperialista y defender la soberanía, manteniendo bases
y asesores del enemigo dentro del territorio nacional.
Por esa coherencia, es el pueblo organizado el que debe
seguir impulsando los cambios mediante la movilización. Las
narrativas de un lado y de otro se parecen y comparten el
afán por negar al contradictor. Pero las realidades y legítimas
causas siguen manifestándose en la Colombia rural y urbana.
Asesinados de la Semana
Campo Elías Urrutía Vargas, era un reconocido líder gremial
campesino y docente, miembro de la Junta Directiva de la
Federación Nacional de Arroceros (Fedearroz). Además, había
integrado el Comité de Arroceros de Aguazul antes de ser
nombrado para la junta directiva nacional, destacándose por su
trabajo en el municipio de Tauramena, Casanare. Fue asesinado el
15 de diciembre y su cuerpo fue encontrado atado a un árbol en la
vereda Villarosa, de la finca El Cimarrón, con múltiples impactos
de arma de fuego.
Pablo José Almanza Cañate, era un reconocido líder social y
dignatario de la Junta de Acción Comunal (JAC), integrante
del equipo coordinador de conciliadores del barrio Villa Sol,
en el municipio de Soledad, Atlántico. Fue asesinado el 15 de
diciembre a las afueras de su vivienda cuando un hombre se le
acercó con la intención de robarle su teléfono y posteriormente
le disparó, quitándole la vida en el lugar.
