
Chavela Villamil
La política económica imperante en nuestro país, se centra
en aumentar el capital plutocrático y dar blindaje fiscal y
tributario a los oligopolios, bajo el sofisma de fomentar el
empleo formal; sin embargo, el empleo escasea y diariamente
se incrementa el déficit social.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)
la hegemonía económica se cimentó y estandarizó
globalmente un modelo que genera y monopoliza
la riqueza en reducido grupo plutocrático, a la vez
que generaliza la captación masiva de capitales, gravando
con mayor fuerza las capas bajas y medias de la sociedad,
mientras exime a los oligopolios de su tributación; esto
ha venido estallando una crisis que ha incrementado la
desigualdad y la pobreza (monetaria y multidimensional);
crisis, en la que gana la reproducción del capital y pierde la
reproducción de la vida, cuya solución reside en buscar un
orden social poscapitalista.
¿Colapso económico imparable?
El Banco Mundial (BM) en su informe de Perspectivas
económicas mundiales, es categórico al aseverar que el
mercado global se acerca al punto medio de inflexión, la
economía mundial bate un lamentable récord, cinco años
consecutivos con el menor crecimiento del Producto Interno
Bruto (PIB); el economista Michael Roberts plantea que:
“Los estímulos fiscales a través de más gasto público y el
aumento de los déficits presupuestarios de los gobiernos,
desde ningún punto de vista pone fin a la desaceleración
del mercado y la depresión de las economías. Ni una mayor
flexibilización monetaria ni estímulos fiscales podrán
detener la recesión que se aproxima. Esto se debe a que no
tiene que ver con la débil ‘demanda agregada’. El consumo de
los hogares en la mayoría de las economías es relativamente
fuerte porque la gente sigue gastando más, en parte, a través
de un mayor endeudamiento a tasas muy bajas de interés”.
En este mismo sentido Roberts afirma que, “solo la
monopolización estatal de sectores estratégicos y el
fortalecimiento de un capitalismo de Estado, como medida
transitoria a una economía más democrática, pueden evitar
el colapso económico y la recesión global que se avizora” [*
El Trickle Down Effect solo beneficia a los oligopolios
Durante más de dos siglos la economía global y desde luego
la nuestra, han basado la política económica y el desarrollo
en el Trickle Down Effect (TDE, por sus siglas en inglés),
que plantea que si los grandes capitales incrementan sus
dividendos, por ‘efecto de goteo’ esta riqueza se derramaría
hacia abajo, incrementando el empleo y dinamizando la
economía, dogma que ha sido ampliamente refutado y que se
convirtió en la ruina de las economías que lo implementan.
Para agravar todo, la Apertura Económica de los años 90 del
siglo anterior, abrió la puerta a la flexibilización económica,
lo que ha incrementado la Deuda Externa (DE) a términos
insostenibles e impagables; esto ha conllevado a que el
mercado de mínimo y corto plazo sea reemplazado por la
economía informal o rebusque, lo que genera masa monetaria
fluctuante pero de carácter volátil, que por su naturaleza
espontánea y de bajo margen, incrementa el déficit de costo
de vida, amplia la brecha de pobreza monetaria y la pérdida
de poder adquisitivo per cápita.
El problema central y el causante de la progresividad del
declive de nuestra economía, va más allá de la coyuntura de
haber recibido una economía con un déficit superior a los
90 billones de pesos, el declive radica en que el Gobierno
progresista da continuidad a una política económica, que
claramente solo favorece a los intereses del capital privado,
que plantea el recaudo tributario desde la captación masiva
y no desde la percepción de masa monetaria de gran volumen
o impacto financiero, mientras da alivio fiscal a las grandes
empresas, bajo el sofisma de incentivar la generación de
empleo.
Otro error del gobierno radica en no decrementar el Gasto
Corriente (burocracia, guerra, pago de intereses de DE)
para mitigar la desaceleración en el PIB, sino que opta por
continuar adquiriendo nueva DE, para pagar intereses de
la vieja DE, aunque esto siga asfixiando el Producto Interno
Bruto (PIB); como lo muestran las cifras de febrero, cuando la
DE ascendió a 201.135 millones de dólares, que representan
un 48,03 por ciento del PIB.
Es hora de cambiar la política económica
La desaceleración constante del PIB y el estancamiento de
nuestra economía, obliga al Gobierno a disminuir el Gasto
Corriente, acompañado de una política de austeridad que no
solo implica la redistribución del ordenamiento del gasto,
sino que debe optimizar la contratación y el pasivo estatal.
Es imposible superar la crisis económica y financiera,
mientras conservemos las mismas políticas económicas que
son deficitarias en términos de desarrollo social integral;
además, la dinamización de la economía implica el incremento
del poder adquisitivo per cápita y este solo puede aumentar
en la medida que se formalice el empleo y se generen nuevas
plazas laborales acordes al Costo de Vida de la población.
Paliar los impactos de la recesión económica global que se
avecina, más allá de incrementar el recaudo tributario e
incrementar el PIB nacional, tiene implícito la reformulación
de la actual política económica y el replanteamiento de un
paradigma económico y financiero.