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Julieth Gaitán
Recuerdo cuando conocí a Coco. Él era un líder innato, de esos
que la gente seguía con tan solo mencionar unas palabras. De
esos que trabajaba día y noche, que hablaba ´sin pelos en la
lengua´ y que nos invitaba siempre a dar la pelea.

C
oco era el primero en la asamblea, en la olla, en la
calle, en la primera línea, al que no le daba miedo
nada, quien con fuego avivaba el fogón del alimento
y se defendía de las tanquetas enemigas.

Aún recuerdo cuando nos conocimos. Él con sus arengas, con
la rabia en sus ojos y sus piedras cargadas de sueños. Nos
encontramos días después en una reunión, con su parche
tropelero, esos ñeros y ñeras del barrio dispuestos a todo,
a morir si era necesario por ver un futuro diferente, una
posibilidad entre la nada, esa nada que nos inunda a las
de abajo y nos lleva a pensar que no hay más que eso para
nosotras, nada.

Recuerdo que conspiramos, camellamos para hacer real
nuestros proyectos, planes y apuestas, que en ese momento
del Estallido Social eran las del pueblo que estaba en la
calle luchando. Hicimos actividades en el Portal de la
Resistencia, en parques, en los barrios aledaños: eventos,
conciertos, jornadas artísticas. Recuerdo que huertiamos,
hicimos brigadas de salud, compartimos la olla comunitaria,
tropeleamos. Nos parchábamos en el parque a tomar tinto
y conspirar lo que seguía. Yo con ganas de compartirle mi
sentimiento y mi pensar rojo y negro, y él con toda la fuerza
para organizar una revolución popular.

 

Tiempo después, Coco se lanzó de Consejero de juventud, un
espacio que sabíamos que poco o nada serviría para incidir
en la política del país, en los cambios reales que todos
queríamos en la calle. Pero, aun así, muchos se lanzaron
desde diferentes lugares a disputar un escenario más, un
poco de esos ´paños de agua tibia´ que el Estado nos lanza
para que nos hagamos una falsa idea de que su democracia
sirve de algo. Por supuesto que nos frustramos. Coco ganó
un escaño, pero nunca hubo una real posibilidad de cambiar
la realidad inmediata.

Tiempo después nos cerraron el Portal de la Resistencia
que durante casi 5 meses fue nuestro bastión de poder
popular, porque lo vivimos como poder popular. Vivimos
la autogestión colectiva. Vivimos la posibilidad de decidir
qué hacer con nuestro barrio: arte, cultura, educación,
comunicación, alimento, salud, asambleas y defensa callejera.
Dígame usted si eso no es poder popular. 5 meses en los que
noche tras noche la policía nos golpeó, reprimió, gaseó, nos
perfiló, pero no nos derrotó. 5 meses en los que intentaron
apagar la llama en el portal, ese pequeño espacio en el sur
occidente de la fría Bogotá. En medio de la lucha, el Portal
nos perteneció, a la gente de abajo, al parche, a las vecis y las
doñas, al vecino de la chaza, al tendero, a la primera línea,
a las ñangas, a la prensa popular, a los niños y las niñas, al
barrio.

 

Con Coco dimos la pelea contra las instituciones para volver
a ese lugar. Volver a tener un Portal en nuestras manos, para
bailar, cantar, leer cuentos y hacer nuestra ollita comunitaria.
Pero la institución siempre nos negó la posibilidad de volver
allí, de hablarle a la gente. Y claro, ya teníamos menos fuerza.
No podíamos pisar nuestro Portal Resistencia, porque de
inmediato teníamos encima 4 tanquetas y decenas de tombos
atacándonos.

Cuando tuvimos más confianza, Coco me contó que estaba con
las disidencias, con Gentil Duarte. Me entristeció la noticia,
lo alerté, le dije que no era gente de confiar, que esa gente
no era lo que decía ser. Me enojé al saber que esa banda de
narcoparamilitares estaba llevándose a los compas del Portal
bajo ideas falsas de revolución. Algo tan diferente a mi
familia, la familia Elena, la guerrilla roja y negra, al ELN, la
insurgencia armada real que queda en este país. Pero Coco ya
estaba muy encarretado.

Luego me enteré de que a Coco le daban 500 mil pesos mensuales.
Mala esa. Los estaban convenciendo con dinero. Tan distante
del ELN donde llegas por conciencia propia y voluntariamente,
no porque te pagan. ¡Qué berraco eso, mano! Es que en este país
sin oportunidades pa’ los jóvenes, sin posibilidad de educación,
empleo ni ocupación, resulta sencillo comprar conciencias
cuando no hay un plato de comida ni casa pa’ vivir. Y bueno,
esa banda narcoparamilitar que son las disidencias de las FARC
se aprovechó de esa situación para engatusar a un puñado de
jóvenes que querían cambiar el mundo, su mundo. Le insistí a
Coco que no se fuera, pero no hubo vuelta para atrás.

Esa gente dizque revolucionaria, esa banda paraca, se llevó
a los compas, a nuestros ñeros. Los desterritorializaron a
todos y los mandaron pal’ Caquetá, a cuidarles sus rutas de
narcotráfico y a asesinar al mismo pueblo por el que estaban
luchando. Esa gente nos mató la posibilidad de ver un líder

magnífico como pudo ser Coco o Bigotes, frustró la posibilidad
de que él pudiera liderar un movimiento popular grande y
fuerte en el Portal de la Resistencia, allí donde escribimos las
primeras líneas de la insurrección popular en el suroccidente
de la ciudad.

¡Qué pesar! ¡Qué pesar que jóvenes como Coco se fueron
engañados por esa gente que tanto daño ha hecho a este país y
a la lucha revolucionaria!
Todavía me arrepiento por llegar tardíamente a la vida de Coco,
no lograr hablarle de este camino de liberación nacional, donde
construimos lucha social y política, solidaridad con nuestro
pueblo, levantamiento popular, aquí donde sí creemos en el
poder del pueblo para gobernarse, para plasmar sus planes de
vida, para ser poder.

Me enteré del asesinato de Coco en un campamento eleno, con
muchos hombres y mujeres que, así como yo, se entristecieron
del cruel destino que él tuvo, y que también se enfurecieron
por la actuación paramilitar de esa narcobanda.
Con esta noticia reafirmé mi compromiso y convicción en
el ELN como proyecto de vida, me enorgullezco de ser parte
de esta organización que me ha permitido formarme y
proyectar la lucha revolucionaria en nuestro país. Esta es una
organización que me ha fortalecido para seguir forjando en los
barrios organización social y poder popular. Lo único seguro
es que ni esa narcobanda ni el Estado burgués asesinarán los
sueños ni las múltiples posibilidades que tenemos para hacer
la revolución.

Y en tu memoria, Coco, seguiremos luchando desde los
barrios, construyendo bibliotecas y huertas, incendiando los
CAIS, confrontando el paramilitarismo, bloqueando las vías y
avivando el fuego para abrir los caminos de justicia y dignidad
en Bogotá y las ciudades de Colombia.