Anaís Serrano
Un balance de la paz en el 2025, es decir que, tras doce
meses de guerras, genocidios, masacres, desplazamientos,
bloqueos, violencia y desigualdades crecientes, la paz está
cada año más lejos y que, sería más sencillo hacer un balance
de las guerras
A pesar de lo romántica que pueda sonar esta
afirmación, el Instituto para la Economía y la Paz
de Australia, que publica anualmente una medida
que ha llamado “Índice global de paz”, concluye en
su Informe de este periodo, que en los últimos seis años el
mundo ha consolidado su tendencia a ser cada vez menos
pacífico.
Para esta institución, la paz incluye también las
manifestaciones violentas, y valora, por ejemplo, que
el gobierno de Milei en Argentina contribuyó a la paz en
Nuestra América. Es decir, que para quienes hablamos de
paz, como para quienes en realidad hablan de pacificación,
el 2025 ha confirmado que el mundo es progresivamente
más convulso y violento.
La pregunta que cabe es, ¿cómo es posible que aún desde
posiciones contrarias se pueda coincidir en esta conclusión?
La respuesta hemos tratado de entregarla en cada artículo
de esta columna: el imperialismo está en la crisis más grave
desde su nacimiento en la segunda post guerra y en su
intento por sobrevivir, está planteando la guerra al mundo
entero, aliados o contradictores, porque nadie se salva de
sus presiones y ataques.
En su reciente visita a Israel, Trump reconoció a Netanyahu
el mérito de haber definido claramente su noción de paz: “la
paz por la fuerza”.
Rendir a los pueblos por la fuerza de la economía o del ejército
da igual, siempre que se rindan. No se trata de buscar la paz,
sino de pacificar el mundo, para recuperar su hegemonía. En
este contexto el derecho internacional ya no les sirve, por lo
que han decidido sepultarlo para imponer, “el orden basado
en sus reglas”, es decir, convertir en norma internacional la
defensa de sus intereses.

Cuando la paz es una medalla de oro
Luego de asumir la presidencia, Donald Trump comenzó
la carrera para convertirse en el quinto presidente
estadounidense en ganar el Premio Nobel de la Paz. Su
promesa electoral de ahorrar a los contribuyentes el dinero
que su país gasta anualmente en guerras, exigía esta victoria,
sobre todo tras el fracaso estrepitoso en sus negociaciones
con Rusia, para acabar la guerra en Ucrania que había
prometido terminar, a los pocos días de su toma de posesión.
En su alocada carrera, Trump se dedicó a conseguir supuestos
“acuerdos de paz”, incluso donde ya no había enfrentamientos
armados, e inició su campaña por el premio jactándose de
haber logrado la paz entre Camboya y Tailandia, Kosovo y
Serbia, el Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán,
Egipto y Etiopía, Armenia y Azerbaiyán, e incluso ya a
última hora, entre Israel y Palestina. Pero finalmente, el
premio le fue arrebatado groseramente de las manos y debió
conformarse con un premio de consolación, que inventaron
sus amigos de la FIFA.
Los supuestos acuerdos, cuando existieron, fueron
desmoronándose uno a uno, y los ocho conflictos se
reactivaron o permanecen latentes, en una tensa calma como
la que hay entre la República Islámica de Irán y el sionismo.
En la realidad, continúa el brutal genocidio del pueblo
palestino como parte del proyecto de construcción del Gran
Israel, por el que el sionismo persiste en su agresión al Líbano
y participa activamente en la guerra en Siria, mientras
insiste en atacar a todo el Eje de la Resistencia, que incluye
a Yemen. Estados Unidos encontró una nueva justificación
para involucrarse directamente en el terreno, sin dejar de
sostener sus ejércitos proxys. Asia Occidental sigue siendo
escenario de esta guerra, por la supremacía occidental.
En Eurasia, Rusia ha ganado militar y políticamente la guerra
en Ucrania, Zelensky sigue empeñado en sostenerla y los
principales gobiernos europeos se empeñan en rearmarla, lo
que continúa alejando la posibilidad de un acuerdo.
En África, los ejércitos proxys y las compañías militares
privadas no cesan en su promoción de la violencia, para robar
las ingentes riquezas del continente, impulsando guerras
entre Estados y naciones. Trump y el millonario sudafricano
Elon Musk amenazan a Sudáfrica y el anaranjado habitante
de la Casa Blanca dirige también sus amenazas contra la
geoestratégica Nigeria.
La batalla final planeada por el imperialismo continúa
calentando motores en la región del indo pacífico, donde
Estados Unidos persiste en su apoyo a Taiwán y a Japón,
y hace de Oceanía un tablero sobre el que van emergiendo
nuevas instalaciones de la OTAN día a día.
En respuesta, China consolida su poderío militar y su
tecnología de guerra, acercando más su relación con la
pequeña pero poderosa Corea del Norte y construyendo
indetenible su Ruta de la seda por mar y tierra. El gigante

asiático ha da un giro novedoso hacia una diplomacia más
beligerante en el mundo, defendiendo con más firmeza su
soberanía e integridad territorial, bajo la premisa de ‘una
sola China’.
Nuestra América convertida
en el principal teatro de operaciones
La Doctrina de Seguridad Nacional recién publicada por el
actual gobierno de Trump, deja claro que en este momento
Nuestra América se convierte en el principal objetivo
de los Estados Unidos, para recuperar esa primacía que
cree merecer. Pero tal como lo expresó el comandante
Antonio García en un artículo reciente, esta “insistencia
estadounidense en restaurar una hegemonía en crisis, en
un mundo que ya ha mutado, no solo resulta anacrónica,
sino que evidencia un desespero geopolítico.”
Esta estrategia pretende justificar el genocidio que están
ejecutando en el Caribe y en la región pacífica -que ellos definen
como el Corredor Marino del Pacífico Este Tropical-, que ya ha
cobrado la vida de más de cien personas, por el presunto delito
de transportar droga a sus costas en pequeñas embarcaciones.
Venezuela ha sido declarado objetivo estratégico primordial
en la región y vive hoy un asedio inédito por aire y mar, al
que resiste heroicamente. Lo que convierte a Venezuela en el
territorio donde se definirá la vieja disputa entre la Doctrina
Monroe y la Doctrina bolivariana, como sustento de toda
posibilidad de paz para nuestro continente.
La lucha de los pueblos por la paz
Soplan vientos de guerra, los estertores del imperio que
declina desatan la violencia como su último recurso, mientras
la paz sigue siendo una utopía revolucionaria. El 2025 cierra
el primer cuarto de este siglo signado por la guerra.
La beligerancia que asuman China, Rusia e Irán como nuevas
potencias, será muy importante para definir esta década,
que bien puede ser la del fin de este imperio, sin embargo,
será desde Nuestra América y África donde se geste la más
importante resistencia creativa.
El protagonismo del Sur Global puede crear la correlación de
fuerzas, que desde las entrañas mismas del monstruo o desde
los territorios en resistencia, logre hacer de esta crisis el
momento propicio para alcanzar la justicia y la libertad. Una
justicia que solo se resolverá cuando los pueblos oprimidos se
unan en la lucha que, parafraseando a Ho Chi Min, es en primer
lugar antiimperialista.
Cuando la gran guerra por la sobrevivencia del imperialismo
ha comenzado, la paz debe ser la razón fundamental de lucha
de la humanidad. Esta década puede marcar definitivamente el
rumbo de la historia del resto del siglo. A pesar de la prepotencia
imperialista, siempre vale la pena recordar que la historia la
seguimos construyendo los pueblos.
