
Damaris Izaguirre
Entre los medios y el comercio trivializan y mercantilizan el Día
internacional de la Mujer (8M), invisibilizando su simbolismo
histórico y político, que tiene orígenes luctuosos y reivindica
las luchas de las mujeres por sus derechos y la equidad social.
L a masacre ordenada por el Tío Sam dejó un centenar
de heroínas populares condenadas a morir calcinadas,
por rebelarse contra la explotación de las que eran
víctimas y exigir mejores condiciones laborales y
salariales; sin embargo, su sacrificio no fue en vano, pues
más allá de dar origen al Día Internacional de la Mujer,
continúan siendo el referente de todas las luchas que
adelantan las mujeres, las que más allá de reinstituir sus
derechos, constituyen un gran paso para construir una
sociedad plural y equitativa.
El imperialismo como motor del capitalismo, históricamente
ha segregado y excluido a las mujeres, desde luego la sufren
con más rigor las mujeres empobrecidas o pertenecientes
a minorías o de la ‘Colombia profunda’, quienes además de
marginadas son revictimizadas, tal como lo denunció hace 6
décadas el padre Camilo Torres:
“La mujer de la clase obrera no goza de ninguna protección
social y mucho menos legal; cuando, en un país como el
nuestro, el hombre acosado por la miseria, la desocupación
y enfrentando a las responsabilidades agobiantes de una
familia numerosa, refugiándose falsamente en los vicios,
abandona el hogar, la mujer tiene que afrontar todas las cargas
de éste. Cuántas casas obreras se encuentran, durante las
horas de trabajo, cerradas con un candado por fuera, llenas
de niños semidesnudos y semihambrientos, que esperan que
su madre llegue del trabajo para recibir algo de comer”.
A su vez, no podemos olvidar que la principal violencia que
sufre la mujer pasa inadvertida y ni siquiera se considera
como tal, como lo es la pobreza estructural, a la que son
sometidas millones de mujeres en el país, que las hace
doblemente víctimas, las expone y las hace más vulnerables.
La desigualdad social es un agravante que hace aún más
compleja la violencia que ejerce el sistema contra las mujeres,
el hambre y el desempleo son variables que afectan a toda la
sociedad, pero recaen con mayor fuerza sobre las mujeres,
convirtiendo a millones de ellas en víctimas por partida
doble: ser mujeres y además empobrecidas.
La lucha de la mujer es mucho más que una revolución
feminista por la reivindicación de derechos y la equidad de
género, es ante todo una lucha de clases donde el centro es
la defensa de la equidad y en este sentido, esta lucha jamás
puede implicar menospreciar o castigar a los hombres -por
ser representantes del patriarcado-, el feminismo no habla
de superioridad ni discrimina al otro género, simplemente
combate las desigualdades que sufren las mujeres por su
condición de género; el enemigo común es la pobreza y la
desigualdad que no discrimina géneros, pero si ataca con
fuerza a la mayoría empobrecida y excluida, mientras un
sistema necrófilo permite el acaparamiento del capital, en
una minoría muy reducida de la sociedad.
Las mujeres nunca debemos querer o pretender ser iguales a
los hombres, como mujeres somos valiosas e indispensables
en el desarrollo sociopolítico de la civilización, por lo
tanto, nuestra lucha debe ser por la equidad de derechos y
de oportunidades no solo nuestros sino de Los Nadie y los
excluidos; lo que requerimos es equidad para por nuestros
propios medios lograr avances y reconocimiento, apostar
por empleos dignos, estables y seguros para las mujeres;
acabar con la brecha salarial y pensional, y la feminización
de la pobreza, que se reconozca el trabajo de cuidadoras
como algo indispensable para el desarrollo de las sociedades
y como tal sea tratado y valorado; además, debemos luchar
en colectivo por la transformación integral de la sociedad,
la emancipación de los dictámenes del Tío Sam y desde luego
deponer el statu quo.