
Antonio García, Primer Comandante del ELN
En tiempos donde el mundo busca a tientas nuevos caminos,
el Ejército de Liberación Nacional encuentra en figuras
aparentemente distantes una misma voz. La historia nos
enseña que las ideas verdaderas siempre encuentran formas
de manifestarse, incluso en trincheras inesperadas.
Francisco, el ‘Papa venido del fin del mundo’, llegó
al Vaticano con un mensaje que sacudió la Iglesia
tradicional. Sus palabras sobre la pobreza, la
desigualdad y la dignidad humana constituyen un
llamado urgente a la acción. Por eso cuando habló desde
las periferias geográficas y existenciales, en la Colombia
de los desposeídos vuelve a escucharse el eco de la voz del
comandante Manuel Pérez que en 1979 declaraba: «Como
sacerdote me siento comprometido en las luchas del pueblo».
No es casualidad. La Teología de la Liberación con la que el
ELN ha construido identidades desde Camilo Torres y Manuel
Pérez, también se asomó en el peregrinar del Papa Francisco.
Mientras a fines de la década del 70 el mismo Ratzinger por
orden vaticana persiguió a teólogos de la liberación, en las
montañas colombianas unos sacerdotes junto a campesinos,
trabajadores y estudiantes gestaron una nueva mística
revolucionaria que, de alguna manera, encontró validación
en el siglo XXI en el discurso del Papa Francisco.
«Diálogo, siempre y con todos», proclamó Francisco desde su
sede papal. Palabras que aparecen también en el ideario de
Manuel Pérez, en la visión de paz con justicia social, señaló
que «los diálogos con el Gobierno siempre son válidos y
necesarios”.
La ironía histórica es palpable, y es bueno recordarla. Por
aquellos tiempos represivos, difíciles en las luchas populares,
mientras Juan Pablo II y Ronald Reagan conspiraban para
acabar con la Teología de la Liberación, especialmente en
Centro y Suramérica, considerándola una extensión del
comunismo, sembraban sin saberlo las semillas de una
resistencia que, posteriormente, encontró en Francisco un
inesperado aliado conceptual.
El humanismo revolucionario que Manuel Pérez imprimió
en el ADN del ELN constituye su legado más valioso.
Esa convicción de defender «los valores humanos y
revolucionarios, la honestidad, la transparencia, la sencillez,
el afán de superación, la lealtad y el compromiso con el
pueblo hasta las últimas consecuencias» no está lejos del
mensaje franciscano contra la corrupción y la desigualdad,
y en defensa de la dignidad humana.
Algunos dirán que es una comparación forzada. ¿Qué tiene
que ver un Papa con un comandante guerrillero? Es el análisis
superficial que pretende negar el fondo que estas vidas nos
enseñan. Cuando Francisco denuncia las estructuras de
poder global que perpetúan la miseria, es la misma senda
que transitaron Camilo y Manuel.
Voces conservadoras argumentarán que Francisco jamás
apoyaría la lucha armada. Ciertamente, el Papa aboga por
medios pacíficos de transformación social. Sin embargo, su
insistencia en que «la paz es fruto de la justicia», reconoce
implícitamente que sin justicia social, la paz es una quimera.
Esa es también la premisa fundamental del ELN. La diferencia
está en los métodos, no en el diagnóstico ni en la aspiración
final. Cuando Manuel Pérez afirmaba que «la violencia
revolucionaria es el único camino para construir la paz y
la igualdad entre los hombres», hablaba desde una Colombia
donde las vías democráticas están cerradas para quienes
cuestionan el statu quo.
El legado que hoy vive en el ELN encuentra en las encíclicas
de Francisco una validación inesperada. No en los medios,
sino en los fines. La ‘Humanización de la guerra’, que el ELN
bajo la dirección de Manuel Pérez planteó como desafío en
medio del sangriento conflicto colombiano, conecta con el
llamado de Francisco de carne y hueso, a construir puentes,
no muros.
En la coyuntura global actual, donde el capitalismo salvaje
demuestra su incapacidad para resolver los problemas
fundamentales de la humanidad, el Pensamiento Social desde
la Iglesia de los Pobres que comparten Francisco, Camilo y
Manuel, junto a otros dirigentes y las miles de ‘Sotanas de
los pueblos’ en Colombia, Argentina, Brasil, Chile, México,
El Salvador y toda Latinoamérica, ofrecen una brújula para
navegar las aguas turbulentas de nuestro tiempo.
Los territorios olvidados que señala Francisco son los
mismos donde el ELN construye futuro con las comunidades.
Y si ambos coinciden en señalar la dignidad humana como
valor supremo, quizás sea tiempo de escuchar con atención
lo que dicen, más allá de nuestros prejuicios y posiciones
establecidas.
Porque al final, como diría Camilo Torres, no se trata de
quién tiene la razón, sino de quién tiene el corazón junto al
pueblo.
ADENDA: Pese a que desde el Palacio de Nariño se dicen
mentiras a montones contra el ELN, la verdad se impondrá,
lo dicen los hechos, más no las palabras con propósitos
contrainsurgentes de la vieja y actual doctrina gringa.