compártelo

Antonio García, Primer Comandante del ELN

Pareciera que Colombia decide jugar políticamente en
el nuevo tablero mundial. En tiempos donde las certezas
se desvanecen, el país se encuentra en una encrucijada
geopolítica histórica.

El acercamiento del gobierno de Gustavo Petro a la
Iniciativa de la Franja y la Ruta, promovida por
China, ¿es o no una intención para mover el orden
hemisférico establecido desde la Doctrina Monroe?

Mientras Washington frunce el ceño y agita el bolsillo —esa
forma de diplomacia coercitiva que consiste en amenazar
con cerrar grifos financieros—, Bogotá parece realizar
exploración política en el actual contexto internacional.
Este zig zag resulta fascinante cuando observamos los
pulsos internacionales, que se disputan la influencia sobre
nuestros territorios.

China con su paciencia milenaria, inversiones estratégicas
y promesas de infraestructura transformadora, podría
convertir a Colombia en otro de los cruces de caminos del
comercio global. Ya Gustavo Petro promueve ideas como
una red ferroviaria interoceánica que impactaría el pacífico
colombiano. Estados Unidos, por su parte, recurre al viejo
manual de presiones económicas y advertencias sobre las
«consecuencias» de desviarse de su órbita.

Las élites colombianas, y sus secuaces defensores del statu
quo, pueden estar viendo con horror, cómo se tambalean
décadas de alineamiento automático con Washington,
mientras otros ya calculan las ganancias a corto plazo, que
podrían derivarse de los acuerdos con Beijing. En medio
de este baile de intereses, las mayorías populares siguen
esperando que de alguna manera estas alianzas se traduzcan
finalmente en mejoras concretas para sus vidas.

El Gobierno de Petro navega estas aguas turbulentas en la
recta final de su mandato. Vemos, por un lado, impulsando su
posición regional en medio de la diversificación de alianzas;
por otro, mantiene los compromisos fundamentales con los
poderes tradicionales que sostienen la economía nacional
con amarres en el norte. Conviene recordar que la verdadera
soberanía no se construye simplemente cambiando de socios
comerciales.

La historia latinoamericana está repleta de ejemplos
donde el extractivismo depredador cambió de bandera sin
modificar su esencia. Las minas, los campos y los recursos
estratégicos siguen siendo explotados bajo lógicas que
benefician primordialmente a intereses externos, mientras
las comunidades locales reciben las migajas del festín y
cargan con los pasivos ambientales.

Mientras tanto, en las calles y territorios, los movimientos
sociales y las organizaciones populares observan con mezcla
de esperanza y escepticismo. Aprendieron, tras décadas
de promesas incumplidas, que su capacidad de presión
organizada sigue siendo la única garantía, para que cualquier
reconfiguración del tablero internacional se traduzca en
avances concretos para las mayorías.

La verdadera partida que se juega no es entre Washington
y Beijing, sino entre un modelo de desarrollo extractivista
dependiente y la posibilidad de construir una economía
soberana al servicio de las necesidades nacionales.

En este tablero internacional la pregunta esencial
sigue pendiente, ¿mejores condiciones para quién? Si
la diversificación de alianzas no viene acompañada de
transformaciones estructurales internas, estaremos
simplemente cambiando de socios comerciales sin alterar la
triste realidad de Colombia.