Chavela Villamil

El capitalismo neoliberal ha desencadenado un
incremento abismal de la brecha de desigualdad social, el
65 por ciento de la riqueza está monopolizada por el uno
por ciento de la población mundial; esto ha exacerbado
el déficit de gasto social incrementando la pobreza y la
brecha de desigualdad.

La globalización neoliberal impuso la Apertura Económica (AE),
centrando el mercado nacional en el libre mercado, dando paso
a los Tratados de Libre Comercio (TLC), que dada las desventajas
en los sistemas de producción decreció la productividad
interna y a países como el nuestro nos convirtió en dependientes
del mercado externo.

Dejamos de producir para dedicarnos a importar
Un Conpes de 1990 dio inicio a la AE, bajo el sofisma de “mejorar
relaciones comerciales e incentivar el crecimiento de la industria
nacional”, esta apertura económica como todas las teorías
neoliberales fortaleció los oligopolios privados y vulneró el sistema
estatal; además, nos arrojó a la era de los TLC y nos puso a competir
en igualdad de condiciones arancelarias, pero en gran desigualdad
en materia de producción.

La AE disminuyó exageradamente el marco arancelario lo que facilitó
la exportación de productos, y a su vez permitió que mercados
extranjeros –con productos subsidiados–, inundaran nuestro
mercado con productos de menor valor y calidad igual o superior.
El principal problema radicó en que no se involucró ni al campo ni a
la industria nacional, ya que no les facilitó ni subsidios acordes a las
necesidades, ni brindó asesoría y apoyo técnico e infraestructural,
haciendo que la industria local fuera incompetitiva.

La AE cambio la vocación productiva de varias regiones, esto llevó a
la extinción de cultivos trascendentales para el consumo como trigo,
cebada, avena, ajonjolí, girasol y maní, aunque aún hay algunas
hectáreas sembradas, principalmente de trigo, la producción de
estas materias primas agroindustriales está reducida a la mínima
expresión.

El impacto de la AE no se reflejó únicamente en los cereales, actividades
que hasta comienzos de la década de los 90 fueron rentables como
el algodón, el sorgo y la soya, han reducido dramáticamente el área

cultivada, siendo sustituidos por importaciones; mientras en 1991
el país sembró 262.000 hectáreas de algodón, en el 2003 sólo se
cultivaron 44.000 hectáreas y en 2020 tan solo se sembraron 16.000
hectáreas; en sorgo, hace 30 años se sembraron 253.000 hectáreas
y el año pasado sólo 54.000 hectáreas; la soya por su parte cayó de
115.000 hectáreas en 1990 a solo 18.000 hectáreas el año anterior.
Al inicio de la AE, la agricultura representaba el 22,3 del Producto
Interno Bruto (PIB) y la industria manufacturera ocupaba el 21,1 por
ciento y el sector financiero era de apenas 15 por ciento. Tres décadas
después la correlación de sectores cambió sustancialmente afectando
considerablemente la producción nacional y el sostenimiento del
consumo interno; ahora el sector agricultor aporta el 5,3 por ciento,
la industria manufacturera el 9,9 por ciento y el sistema financiero
subió al 23,2 por ciento.

Los estragos ocasionados obligaron a que productos perecederos
que antes eran abastecidos únicamente con cosechas nacionales,
ahora se complementan con importaciones en presentaciones que
ofrecen valor agregado y que cada vez tienen mayor demanda; según
cifras de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), mientras
que en el primer semestre de 1990 se importaron 34.400 toneladas
de hortalizas, plantas, raíces y tubérculos alimenticios, en el mismo
período del año anterior se importaron 310.200 toneladas [1].

Dejar de importar inflación

La Ministra de Agricultura recientemente advirtió que: “el 48,8 por
ciento de los alimentos que se consumen en el país son importados,
este volumen representan el 65 por ciento de la inflación; por ende,
es evidente el impacto que tienen las importaciones tanto en la
producción de pequeña escala, como en el alto costo de vida que
afecta a todos los consumidores, y en especial a los de menores
ingresos” [2].

Decrecer la curva inflacional tiene implícito cubrir el déficit de la
balanza comercial, ya que en el contexto actual estamos importando
inflación, y esto solo es posible si se fortalece integralmente la
producción nacional de manera gradual y progresiva; en una primera
etapa se debe empezar por el subsidio de la producción de alimentos
básicos, cuyo déficit obedece a los costos de producción, en otras
palabras, hacer rentable la agricultura colombiana.

Subsanar la crisis socioeconómica actual, dinamizar la economía y
enfrentar su colapso, requiere de cambios estructurales del modelo
económico e implica Reformas Estructurales al fisco y al sistema
productivo; se requiere un modelo que fomente el desarrollo integral
de la producción nacional y aumente el poder adquisitivo per cápita
de la población.