Karina Pacheco
Cuento historias de hombres y mujeres llamados Los Nadie,
a quienes el sistema les da la espalda y los excluye, los que
irrumpen en la cotidianidad de la jungla de cemento, para darle
calor y color a la vida; son historias de los olvidados, de los que
hoy comen y mañana quien sabe.
La jungla de cemento está llena de diversidad, donde
yacen historias, dramas y vivencias de la guerra en
que se convirtió subsistir en una ciudad y dentro de un
modelo, donde unos pocos gozan de todos los privilegios,
mientras el resto padecen la exclusión y el empobrecimiento.
Un día más, frío y gris en Bogotá, donde todos corren, la vida
pasa de prisa, pero el tránsito vehicular es lento y denso. En
medio del trancón cotidiano de la hora pico, en un uno de los
cientos de semáforos de la NQS, está Jessica, un chiquilla de
piel trigueña y oscurecida por el sol, baja estatura, delgada
y sonrisa dulce; quien además de ser migrante y desplazada,
con tan solo 16 años es el sostén de sus 2 hermanos menores y
su madre; Jessica como muchos jóvenes ha sido excluida por
el sistema, quien le truncó su sueño de ser doctora y curar
personas, la cruda realidad la estrelló contra el asfalto de
la jungla de cemento y a los 15 años, cuando apenas cursaba
noveno en un colegio distrital de la popular localidad de Ciudad
Bolívar, tuvo que retirarse de estudiar y empezar a trabajar,
para que ella y su familia no murieran de hambre y frío.
Cuando Jessica aún estaba en el colegio, dejó de jugar para irse
en las tardes con sus amigos a ‘rebuscarse la papa’, compraban
jabón para la losa –‘del que usan los pobres’, de esos de 2 lukas el
frasco (500 ml)–, lo rebajaban con agua hasta más no poder, un
viejo trapo de limpiar y un escurridor de los baratos, la mejor
actitud y en un semáforo que no tuviera ocupación o chulo
guardián, para no tener que pagar el alquiler, se plantaban a
limpiar los vidrios de los carros y a esperar la contribución de
los conductores, a veces le iba bien, otras veces no alcanzaba
ni para el sancocho de tienda -pan, salchichón y gaseosa-; así
empezó Jessica en el mundo del rebusque, esa realidad que
alberga en diferentes facetas a 8 de cada 10 colombianos; tiempo
después dejó de ser una ocupación alterna para convertirse
en un seudo trabajo de tiempo completo, dejando a un lado
sus sueños y aceptando la realidad que le impuso el sistema
dominante.
De lunes a sábado, como en el cualquier trabajo, Jessica prepara
y alista sus instrumentos y se dirige a su estación de trabajo -semáforo de la NQS-,
con una sonrisa y la mejor actitud se
acerca a los carros y dice: ¿le limpio?, rara vez le dicen que
no, y con la agilidad que la caracteriza, como un mecánico de la
Fórmula 1, en cada ciclo de semáforo limpia entre 2 y 3 carros;
de moneda en moneda recolecta lo del sancocho de tienda y lo
del diario para llevar a su casa; desde luego esto es apenas para
subsistir, para comprar lo básico y disfrutar un pedacito de
carne una vez a la semana cuando se puede, en las otras veces
arrocito con huevo y cuando el día está muy bueno sopita de
menudencias, desde luego nunca queda para ahorrar o para
ir pasear; en sus disertaciones Jessica exclama -no es lo que
quería pero, es la vida que me tocó y toca lucharla con ganas-.
Jessica es una de muchas, es la historia replicada de miles
de colombianos que no tienen derecho a estudiar y tener una
vida holgada, es la historia mil veces repetida de Los Nadie,
de los marginados que son excluidos y mirados por la élite
por encima del hombro, pero que son personas honestas y
dispuestas a construir un país donde quepamos todos.