¡DILAN!: UN ASESINATO DE ESTADO
Damaris Izaguirre
El Estado aplica su política de enemigo interno contra todo
aquel que amenace el statu quo y desarrolle cualquier tipo
de manifestación así sea pacífica. En este marco emplea
a los asesinos del Esmad para “reestablecer el orden” a
fuego y sangre.
El 23 de noviembre de 2019, en el transcurso de una
protesta pacífica en el centro de Bogotá, el Esmad intervino
injustificadamente y el agente Manuel Cubillos disparó una
escopeta calibre 12 con munición bean bag, en posición directa
y horizontal contra el estudiante de secundaria Dilan Cruz, cuando
lo establecido en el manual operativo es tiro parabólico, quien cayó
al suelo y tras padecer dos días en la UCI murió.
Pese a que este premeditado ataque y el posterior asesinato de Estado
quedaron ampliamente documentados en vídeo, y que políticos
especializados en instrumentalizar la tragedia social y el movimiento
popular, como Iván Cepeda y Gustavo Petro, prometieron justicia
para este y otros casos de brutalidad policial, así como desmantelar
la máquina de muerte llamada Esmad, el asesinato de Dilan y cientos
más sigue en la impunidad y la extinción del Esmad se quedó en
cambio de nombre y uniforme, ¿nos siguen vendiendo humo?
Pese a que este premeditado ataque y el posterior asesinato de Estado
quedaron ampliamente documentados en vídeo, y que políticos
especializados en instrumentalizar la tragedia social y el movimiento
popular, como Iván Cepeda y Gustavo Petro, prometieron justicia
para este y otros casos de brutalidad policial, así como desmantelar
la máquina de muerte llamada Esmad, el asesinato de Dilan y cientos
más sigue en la impunidad y la extinción del Esmad se quedó en
cambio de nombre y uniforme, ¿nos siguen vendiendo humo?
Dilan es un mártir de la lucha social y popular que el Estado vilmente
convirtió en un dato estadístico más, que bajo el silencio cómplice
de una sociedad que se indigna al momento de los hechos pero
no sostiene sus luchas, naturaliza la bota opresora del Estado y no
canaliza su rabia e indignación para transformarla en un espíritu de
lucha beligerante y transformadora, que en la calle le exija al Estado
no solo justicia, sino un verdadero Estado Social de Derecho, donde
pensar diferente no sea un crimen capital -inaplicable en Colombia-
y protestar no nos cueste la vida.