Comando Central (ELN)

Hay conflictos que hunden muy hondo sus raíces. En una
larga historia y en una patología compleja: supremacismo,
victimismo, objetivos de conquista, colonialismo
ilimitado.

Por esa razón no son sólo bélicos, sino que están causados por
la cruzada de un proyecto de exclusión total que es delirante,
abarcando las esferas de la vida colectiva de muchos pueblos y
que está dispuesto a incendiar todo, incluso a auto-liquidarse.
Es antes que cualquier cosa un estado mental y de frenesí ideológico.
Que no admite regla o moral alguna, ni la existencia de la otra parte
o que llega a considerarla como inferior.

Expertos con muchos años de observación de la realidad de la
confrontación que hoy martiriza al pueblo palestino, incluyendo
intelectuales israelíes, llegan a esa conclusión: hay una concepción
construida muy concreta, que es la del fanatismo que considera
a los palestinos no sólo animales, sino animales sobrantes. En
la demostración que ha realizado Suráfrica y otros Estados ante
la Corte Internacional de Justicia, está documentado cómo los
dirigentes de Israel han interiorizado ese desvalor hasta la muerte
y califican a seres humanos como desechos. Nada les disuade de
considerarse superiores étnicamente, se siguen pensando como
una “nación elegida”, cuya “tierra prometida” les autoriza a cometer
genocidio. Paradójicamente hace apenas 80 años, así se creían los
nazis, superiores, razón por la cual buscaron exterminar a los judíos
y a otros que consideraban basura; a los nazis fue preciso oponerles
un conjunto de fuerzas materiales que impidieron su virulencia.

Israel ha desarrollado desde 1948 esa política de aniquilación del
otro, de Palestina, porque desde su creación como Estado invadió
a sangre y fuego, contando de forma sostenida y creciente con el
apoyo de Estados Unidos y de Europa, principalmente. Sus Estados
y empresas mantienen una gran cadena de producción, suministro
y renovación de armas a Israel, que a su vez ha desarrollado una
capacidad avanzada y letal, pero no sólo en cuanto a recursos
bélicos de alta tecnología, sino en cuanto a métodos los más
perversos posibles, aplicando medidas de apartheid y control militar,
despedazando el territorio, asegurando la extensión de los colonos,
la segregación, la ocupación gradual y el sometimiento cotidiano de
los palestinos, tratados como infrahumanos.

Los incumplimientos de Israel a acuerdos de paz hace treinta años
que, aunque insuficientes, podían haber sido el comienzo de una
negociación estratégica, más los sistemáticos crímenes de guerra
y de lesa humanidad, no han tenido consecuencia alguna: los
dirigentes israelíes, políticos, militares, empresarios y emisarios de
ese país, gozan de una especie de inmunidad especial.

Eso lo ha permitido y estimulado el grueso del sistema político global,
que tiene un doble rasero, una de cuyas leyes es precisamente la
hipocresía; por eso, cuando hace dos años exactamente se produjo
por los gringos y por la OTAN, la condena a Rusia por su operación
en Ucrania, exclamaron que era una clara violación al derecho
internacional. Por primera vez se apoderaron de un argumento
entendible compartido ampliamente, para enseñar en apariencia
su respeto a las normas que rigen el orden mundial;
ya para ese momento muchos genocidios seguían su curso y esos países
guardaban silencio: sobre lo que pasa desde hace décadas en
Palestina, en Colombia, en varios países de África.

Desde el 7 de octubre de 2023, esa máscara infame cayó y nos reveló
el verdadero rostro inhumano de esos poderes cómplices; desde
cuando Gaza es puesta como objetivo de la furia del sionismofascismo, y a diario se cometen masacres con cerca de 40 mil
víctimas; contra niños, ya cerca de 20 mil asesinados; contra mujeres,
aproximadamente 10 mil; cuando se han desplazado a la vista de
todos 2 millones de personas, que no pueden salir de la ‘cárcel más
grande del mundo’; atacando hospitales en 270 acciones; arrasando
escuelas y mezquitas; dejando sin bienes y servicios básicos a una
población cuyo nivel de organización es admirable, que se ha repuesto
desde 2006 de muchas campañas de matanza y demolición. Esta vez
la hambruna está ya presente; la destrucción o pérdida de una base
económica es mucho peor que nunca; han dicho expertos que los
meses por venir, incluso si se produjera un alto al fuego ya mismo,
dejarán miles de palestinos muertos, niños y mujeres en su mayoría,
dadas las actuales condiciones.

Como organización revolucionaria, en el ELN sentimos como propio
ese dolor, esa tragedia, y más allá de estos hechos, miramos qué
obligaciones atañen, ya no sólo a fuerzas rebeldes de todo el mundo,
sino a demócratas y a quienes sean mínimamente sentipensantes
y puedan entender la humillación, la afrenta a la humanidad y la
necesidad de parar ya mismo un crimen del que somos testigos cada
hora.

Hemos visto y saludado expresiones de rechazo en Colombia al
Genocidio que se está perpetrando en Gaza, pero siguen vigentes
las relaciones con Israel, cuando a estas alturas ya deberían haberse
finiquitado. Romper con un Estado genocida es un deber elemental
y por eso ya hay países que han procedido así; del mismo modo
que deben de inmediato deshacerse convenios de cooperación en
todos los órdenes, absolutamente en todos, incluyendo el campo
militar y el comercial, para intentar aislar y sancionar moralmente
esa política, como ya lo proponen en muchas partes del mundo.

El representante de China ante la Corte Penal Internacional
expresó la semana pasada, y en esa línea otros delegados, que la
resistencia armada palestina contra la ocupación está reconocida
jurídicamente; que es un derecho y no terrorismo; a su vez Cuba,
manifestó ante dicho Tribunal que, “Sobre nosotros y ustedes recae
la alta responsabilidad moral, histórica y jurídica de pronunciarnos
de forma clara, transparente y contundente sobre la ignominiosa
situación que vive el pueblo palestino y exigir la responsabilidad
internacional de lo que ocurre en los territorios ocupados”.

A quienes nos debatimos en los caminos de la rebelión por una
humanidad que supere las lacras del capitalismo, de la segregación
y del imperialismo en todas sus formas, nos queda tomar muy
en cuenta en nuestro plano político e histórico existencial este
genocidio, y cómo ante él, pese a notables esfuerzos de denuncia

y solidaridad, la comunidad internacional no tiene todavía los
medios para paralizar la mano asesina de los poderosos. Debemos
incorporar las lecciones de lo que está sucediendo en Gaza, pues
habrá ‘un antes y un después’; ese modelo de devastación es el
que buscan aplicar en otros conflictos. Ese derecho de la guerra
manipulado a favor del ocupante y del opresor, es el que buscan
que aceptemos sumisamente. Esas pretensiones colonialistas son
las que impulsan esos poderes en muchas partes de este corroído
planeta. También a esa doble moral debemos desnudarla, darle cara
y plantear alternativas dentro y fuera de la ONU, para sustentar la
legítima defensa de los pueblos.

De inmediato en Colombia deberían producirse investigaciones,
debates y sanciones diversas por los lazos estatales y de empresas en
seguridad o asistencia colindante, de mercenarios y de intercambio
en cuestiones ligadas directamente al aparato que comete genocidio.
Petro, en coherencia con palabras suyas de estos meses, debería
ya mismo romper relaciones políticas, comerciales, diplomáticas y
de todo orden con Israel. Como lo indican varios gobiernos y los
Convenios mismos de Derechos Humanos y de lucha contra el
genocidio, incluyendo la Corte Penal Internacional.

Los Estados deben movilizarse para que se emitan órdenes de arresto
contra Netanyahu, Galant, Herzog, Halevi, Alian, Edri, Ben-Gvir,
Smotrich y demás jefes políticos y militares israelíes, por su papel
en el genocidio y su incitación al mismo. Colombia puede y debe
promover esta medida, de lo contrario no habría más que retórica
del gobierno, ante la profanación diaria de la dignidad humana.

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