Chavela Villamil

El ínfimo crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB)
del cuarto trimestre de 2023, ha puesto a rodar el titular
de “Colombia evitó la recesión”, sin embargo, el pobre
incremento de este indicador y la baja producción del
empleo informal no alejan la recesión, solo la lentifican

La economía global desde antes del Covid venia presentando una
desaceleración económica, la cual se exacerbó con la pandemia,
ocasionando una disminución marcada de la demanda, que
desaceleró los mercados globales, golpeando mayormente
las economías en vía de desarrollo; esto, aunando al desempleo y
la proliferación del empleo informal, generó una marcada pérdida
de poder adquisitivo per cápita, que se sintió con mayor fuerza en
países dependientes del capital extranjero, como nuestro país.

De acuerdo con las proyecciones del Fondo Monetario Internacional
(FMI), este año la economía global crecerá, pero de manera pausada
sin grandes oscilaciones respecto al año anterior, se espera que
este año, América Latina y el Caribe tendrán un crecimiento que
oscilará en 1,9 por ciento, mientras que para Colombia no se prevé
un crecimiento por encima de 1,4 por ciento [1].

El PIB crece con gotero, pero nos dicen lo contrario

El año anterior nuestro mercado experimentó una profunda y
prolongada desaceleración, que generó un bajo crecimiento del
PIB. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística
(DANE), en el último trimestre de 2023, el PIB osciló en 0,3 por
ciento y el crecimiento anual tan solo fue de 0,6 por ciento; siendo
este el menor ritmo de crecimiento de las últimas dos décadas. La
construcción, las industrias manufactureras y el comercio fueron las
tres ramas que tuvieron mayores caídas en el año y jalonaron a la
baja la cifra del PIB, en contraste, sostuvieron la economía el año
pasado las actividades financieras y artísticas.

Actualmente estamos ante un leve repunte de las ventas, ya que
hasta ahora solo se percibe un mínimo aumento de la actividad
comercial y de las utilidades, en especial del sector financiero; pero
esto, no se refleja en aspectos como la recuperación del empleo ni la
formalización del trabajo informal, solo repercute en el repunte de
las utilidades de las grandes empresas y las corporaciones.

Nuestras políticas económicas continúan y perpetúan la fracasada
teoría del Trickle Down Effect (TDE, por sus siglas en inglés), ligando
la productividad, el desarrollo y el empleo al favorecimiento fiscal y
tributario de las grandes empresas, bajo el sofisma de que estas luego
gotearan la riqueza acumulada hacia las capas bajas de la sociedad;
sin embargo, han pasado tres décadas continuas de su aplicación,
y el resultado es el empeoramiento de la desigualdad y la pobreza
monetaria y multidimensional, mientras crecen desmesuradamente
las utilidades del sector plutocrático minoritario, de los grandes
monopolios y capitales.

Es imperante cambiar el paradigma económico

Es imposible superar la crisis económica y financiera, mientras
conservemos las mismas políticas económicas que son deficitarias
en términos de desarrollo social integral; además, la dinamización de
la economía implica el incremento del poder adquisitivo per cápita y
este solo puede aumentar en la medida que se formalice el empleo
y se generen nuevas plazas laborales acordes al Costo de Vida de la
población.

Es urgente decretar un periodo de austeridad estatal y la disminución
del Gasto Corriente (burocracia, guerra, pago de la Deuda Externa
-DE-), en especial la mitigación del déficit de cuenta corriente (DE),
que consume más del 50 por ciento del PIB, sin que ello subsane
este pasivo, tan solo logra amortizar sus intereses, en otras palabras,
lo financieramente viable es la disminución de los pasivos y la
renegociación de la DE. La dinamización de la economía requiere
un modelo económico que tenga como base el aumento del poder
adquisitivo per cápita, el desarrollo integral y el fortalecimiento del
sistema productivo nacional y romper la lógica antifinanciera de la
DE.